¿Se han preguntado alguna vez por qué nos duelen las despedidas?
Despedida, sustantivo del verbo despedir, proviene del latín expetere, que en sentido reflexivo significa “solicitar licencia para marcharse, alejarse”
¿Por qué habrá que pedir permiso? Porque en nuestro vivir vamos ligando relaciones, es decir lazos, que nos anudan a los otros. Para poder marchar uno debe pedir al otro que desanude esas cuerdas. Pero al desatarlas, liberamos nostalgia, una nostalgia especial porque no lo es de un pasado sino de un futuro que ya no habrá de venir, que no ya habrá de ser.
La palabra nostalgia es un neologismo creado en 1668 por el médico suizo Johannes Hofer. Este autor quería dar nombre al ‘deseo doloroso de regresar’ que había visto en algunos de sus pacientes. Hofer buscaba una palabra que expresase en todas las lenguas el significado del vocablo alemán Heimweh ‘deseo intenso de estar en casa’, ‘sufrimiento por estar separado de la familia’.
El médico suizo formó nostalgia mediante la yuxtaposición de las palabras griegas nostos ‘regreso’ y algos ‘dolor’, (como en neuralgia). Nostos está vinculada al verbo griego neisthai ‘venir’, ‘ir’, ‘volver’, cognado del sánscrito násate ‘él se acerca’, que se deriva, a su vez, de la raíz prehistórica nos-to ‘regreso al hogar’.
Así, parece lógico, que tomar una decisión que cause dicha enfermedad tanto en los seres queridos como en uno mismo, conlleve, una petición de permiso. Ya que en las despedidas, no se despide uno (el que se marcha) sino todos aquellos que están ligados al que toma la decisión. Son los que se quedan los que han de desatar las amarras para que el que parte pueda ir en paz.
Pero aunque tengamos ese salvoconducto, marcharse del lugar en el que habitan la gente que quieres y que te quieren, “duele de cojones”, como decía el torero.